miércoles, 6 de agosto de 2008

Hugo Vásquez V.

Cuando hablamos de la pobreza y las formas de superarla surgen de inmediato conceptos como el esfuerzo y la perseverancia como herramientas fundamentales para salir adelante. Sin embargo, ¿es completamente cierto que en nuestro país se premian el mérito, el esfuerzo o las habilidades a la hora de optar a un trabajo y un salario acordes?

Si la respuesta es no, tendríamos que dejar de traspasar la responsabilidad exclusiva de su superación al grupo socioeconómico de menores recursos y comprender que el origen y las formas de terminar con la pobreza tienen más que ver con dinámicas sociales complejas que nos involucran a todos y de manera importantísima a los grupos de poder de nuestro país.

Bajo esta inquietud el año 2004 economistas de la Universidad de Chile realizaron un interesante estudio que analiza cuán importante son las capacidades y el desempeño versus el origen socioeconómico en los ingresos laborales de los ingenieros comerciales¹. Para ello se consideraron varias medidas de habilidad y productividad tales como el desempeño académico en la universidad, la calidad académica de la educación escolar, el dominio del inglés, etc., además de aquellas en relación al origen socioeconómico de los individuos (basado en la comuna y el tipo de establecimiento educacional de procedencia) y la ascendencia (basada en los apellidos paterno y materno).

Los resultados fueron elocuentes. Aquellos estudiantes de mediocre desempeño académico, pero provenientes de una comuna y colegio de origen socioeconómico alto y con apellidos que socialmente denotan una ascendencia de estrato socioeconómico superior, cuando ingresan al mercado laboral tienen un ingreso significativamente mayor que los estudiantes que, a pesar de tener un alto rendimiento académico en la universidad, provienen de una comuna pobre y colegio público, sin ascendencia vinculada al estrato socioeconómico alto. Así mismo, un estudiante de desempeño académico regular de estrato socioeconómico bajo gana cerca de un 30-35 % menos, que un estudiante de igual desempeño de estrato socioeconómico alto, lo cual es elevado en comparación con otras brechas salariales como, por ejemplo, las que existen entre profesionales afroamericanos y blancos en EE.UU. las que se sitúan típicamente en un rango de 5% a 15%, después de controlar por diferencias en habilidad.

Esta evidencia sugiere que el grado de meritocracia del mercado laboral chileno es limitado. Así, los alumnos provenientes de estratos socioeconómicos bajos que logran acceder a la educación superior, siendo los casos “exitosos” de sus familias, escuelas o comunas, obtendrán ingresos muy por debajo de sus pares, a igualdad de méritos académicos. Situación lamentable, pero que nos ayuda a abrir los ojos y comprender que si bien es cierto que la educación y el esfuerzo personal son factores necesarios para superar la pobreza, estos no son los únicos, pues también se necesita de un cambio estructural (cultural) acerca de cómo nos miramos, cómo nos relacionamos, cuánto de prejuicio tienen nuestras impresiones acerca de los demás y cuánto estamos dispuesto a hacer para remediarlo.

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